martes, 23 de febrero de 2010

Bar de Leo

El sábado me fui al Bar de Leo con Jorge. El Bar de Leo fue fundado en 1940 y esta en la calle Aurora en el centro, justo en frente de la Crackolandia. Originalmente fue propiedad de inmigrantes alemanes, y es ya una tradición para los "conocedores" de chopp (cerveza de barril). El bar no tiene ni sillas ni música, y una no tan acertada estética disque bávara. Pero el Bar de Leo rara vez esta vacío y se nutre de todo: paulistanos cultos, viejos nostálgicos, las burghesinhas de las canciones de Seu Jorge, indigentes y ambulantes, familias en paseo sabatino, y turistas perdidos. Tal vez lo más especial del Bar de Leo es su localización. La Crackolandia fue el reducto de cientos de adictos al crack y cosas peores durante varias décadas, y es un referente tradicional en el imaginario del paulistano. Hoy en día los viejos pasillos y departamentos insalubres que fueron madeja de tanto hoyo junkie han sido demolidos, para dar paso a algunos edificios del gobierno que seguro tratarán de comunicar algún mensaje "de buena onda". Lo único que quedó del antaño fue basura, un buen número de los desalojados que se quedaron a propósito de la basura, y la mala fama. Y cualquiera que tenga un bar con historia en un lugar de mala fama de antaño tiene una mina de oro.

Es el tipo de lugar que vive a través de los personajes únicos que pasan por ahí. Matias es un viejo que toca el trombón. Pero a diferencia de muchos músicos ambulantes, el no lo hace por necesidad, lo hace por puro placer. Nació en Minas Gerais y a los pocos años comenzó a picar piedra literalmente. La vida lo trajo en la infancia a las canteras de Sao Paulo, y sus manos cuentan su historia: grandes, duras, fuertes, áridas, ásperas. Las manos del viejo hechizan el ritmo del pistón para llevarnos a Pernambuco; de pronto, Beatriz se acerca a vendernos un paquete de chicles. Aunque realmente esta ahí porque subirse a la bicicleta nueva de Jorge. Es una morenita de diez años y ayuda económicamente a su familia los sábados. En realidad, se pone a platicar con los clientes del bar para esconderse de su tía. Le va al Corinthians, le gusta el Carnaval, y es más viva y audaz que muchos de nosotros. Su sonrisa la delata. También va a la escuela (nos dijo) pero cree que no es muy buena ... sólo en matemáticas. Joao es un mesero de casi cincuenta años que se acaba de casar con una mulata de ventipocos, y es obviamente un hombre feliz. Es el mesero de toda la vida de Jorge y nos suele rellenar, cambiar y regalar vasos de cerveza.

La primera vez que fui recuerdo que salimos ya bastante borrachos cerca de las cinco de la tarde, cuando el bar cierra, pero esta vez no logré la hazaña. El bufet de churrasco que comí poco antes, el culpable. Yo bien sabía que después del atascón de niño de hospicio que me puse, las chelas no bajan tan rápido (y menos las de barril). No conseguí estar más de dos horas en el bar y salí mas empachado y asqueado hasta el punto en que casi vomité ... con sólo cuatro vasos de cerveza. Como dicen aquí "pasé mal". Para hacer las cosas peor, nuestra siguiente parada era un pequeño Carnaval en el estadio del Corinthians, que recaudaba fondos para un pueblito histórico cercano, Sao Luis de Paraitinga, que quedó destruido en una de las tormentas apocalípticas que caen en este país (y creo que últimamente en todos). Y aún con el bar chévere, los tragos de gorrón y una fiestecita potencialmente chaira y broza, me regresé en metro a la casa a descansar el pasón. Me sentí como cuando me perdí el eclipse de sol del DF a finales de los ochentas, porque me puse a guacarear en Chapultepec y le hice un pancho a mi papá para que nos regresáramos a la casa.

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