jueves, 18 de febrero de 2010

domingo de Carnaval

Luciana me excitaba muchísimo. No paraba de pensar en transar, comer y trepar. Pero nunca encontré un lugar: que si mucha gente, y que si no, que muy sucio. "Es que no vamos a coger ahí arriba de los orines esos", dijo. "¿Ah no?" Y con la cola entre las patas (la mía), me regresé a la casa de Ipanema, con los portugueses. Muchos no habían llegado y tenía cama libre. Por supuesto que mande al carajo eso y fui a buscar una que estuviera ocupada; y así conocí a Flavia, en la cama de al lado, que traía puestos unos shorts microscópicos y una blusita de esas que dicen cosas como good girl o sweetie. A fin de cuentas me desperté al otro día con una portuguesa guapa; más por casualidad y oportunismo chilango que por alguna historia de seducción que valga la pena contar.

Flavia no era muy interesante ni muy buena en la cama (esto es, ni la mamaba) así que decidí levantarme temprano e ir a buscar compañía para ir a algún bloco. Sin saber muy bien en dónde estaba y sin la más remota idea de a dónde iba, comencé a llamar. Sí, comprar crédito primero, luego un jugo ("la calor" ya estaba pesada) y un monchis. La Mari, novia del Felipe, estaba de visita y tenía los datos del bloco del día: "Bangalafumenga" (o algo así) en Jardim Botánico a las once.

Antifaz azul con bordes de encaje dorados, coronas de flores azules y blancas, cinturón con estoperoles plateados, ropas ligeras; así de huevos me subí al metro. Entrar al metro de Rio de Janeiro en Carnaval es como meterse a un Yellow Submarine. En serio que los Atayde o hasta los esquisitos esos del Cirque du Soleil deberían venir y sacar unas ideas de aquí. Y ese espíritu de pitorreo-cotorreo se mantiene durante todo el trayecto. La segunda parte es en autobús; se acaba el aire acondicionado y cae el sol a cuarenta grados (y yo pa' variar, sin protector solar). Después de unos diez minutos todos nos bajamos, amontonados, chamuscados, embarrados, sudados. Busqué sombra y una chela en lo que la Mari llegaba. Ahí me di cuenta de las dimensiones del problema: este bloco era fácilmente de más de dos mil personas. Tres, cuatro, cinco, no sé; flashback a niño perdido en Reino Aventura. Afortunadamente logré encontrar a la Mari, y hasta a la Ju y a Adri (aunque las perdí igual número de veces dentro del bloco). Mari venía con unos mineiros bien chéveres y de fiesta hardcorera: Rafael, Bárabara y varios más de cuyos nombres ya no me puedo acordar.

El sonido aquel día era una lata de cerveza gigante que se veía bien a lo lejos, al frente de toda la muchedumbre. Nadie sabe bien cuando comenzó a avanzar, muchos nos dimos cuenta cuando el chupe se movió. Las hieleras comenzaron a ser arrastradas cual bloques de la pirámide de Keops. La gente detrás, tratando de no perder a los amigos de vista, de protegerse del cruel achicharre y de conservar la chela bien fría, ya sea en la lata o en la panza. Y el jolgorio. Moro, num país tropical ... Tomo guaraná, suco de cajú, goiabada para sobremesa ... Se voce fosse sincera o o o Aurora ... Jesuscristo, Jesuscristo, Jesuscristo eu estou aqui ... y así, hit tras hit. En algún momento el bloco terminó (no sé porqué), mas nosotros nos quedamos ahí regateando por las cervezas que quedaban.

En un instante de híper-claridad, es decir, cuando nos dimos cuenta que de las miles de personas que habían sólo quedábamos nosotros y dos o tres más, alguien recordó que había un bloco en Leblón a esa hora, cualquiera que fuera. Entre copas llegamos y seguimos en la eucarestía carnavalesca. Perdimos a los mineiros en algún momento catártico de esos donde uno se mete a bailar adentro de la batucada como si supiera. O peor aún: cuando uno ya hasta esta pidiendo prestado algún tambor o cencerro a alguien de la batucada para tocarlo ... como si supiera (sí, que oso). Nos enviaron un mensaje que decía que nos veíamos en el bar Belmonte. Claro, yo que ya he estado en Río cinco veces bien conocía el Belmonte, en Flamengo. Compartimos un taxi con una chica de Fortaleza muy guapa (¿se fueron las feas?) que creo que me intenté ligar sin mucho éxito, y llegamos al susodicho bar. Nadie, esperamos. Resulta que el Bouteco Belmonte es tan único como la nevería La Michoacana. Nuestros amigos estaban en el Belmonte de Leblón, lo más lógico y nosotros ya estabamos bien quiensabedondechingados. De eso nos dimos cuenta despúes de unas diez cervezas y unas aceitunas que pidió la Mari que nos costaron más que las cervezas.

Recuerdo que ya era de noche y llegamos a algún sitio cerca de la casa de la amiga de la amiga de la Mari (imagínense, eso me ponía como el amigo del novio de la amiga de la amiga de la amiga). Lo demás es historia: perdí. Me quedé totalmente dormido en una silla. Aunque creo que esta vez no perdí por lo pedo, pues al día siguiente no amanecí ni pedo, ni crudo ni credo, sino por el coctel fatal alcohol-baile-sol. El Carnaval acabó conmigo ... creo que perdí peso y definitivamente me veo más viejo.



1 comentario:

  1. y la buena estrella??? y la actitud primo??? que paso??? como que perdiste??? como que te ves mas viejo?!?!!? vale no importa... cuidate primo... te quiero

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