domingo, 25 de abril de 2010

La enfermedad de Chagas

Interrumpidamente, a causa de su hipo de borracho, y en tono algo regañón, Elvis me recomendaba no tomar jugo de caña de azúcar. Es por tu salud -me decía- sin saber que estaba frente a frente con una de las personas que menos cuidados ha tenido con su salud. El caldo de cana es el jugo que extraen de la caña de azúcar por medio de una maquinita de engranes bastante simple. Por las mañanas, se puede encontrar muchos puestecillos vendiendo la dulce y fresca bebida por lo mismo con que se compra una Coca Cola, que es la perfecta excusa para mitigar mis sentimientos de culpa capitalista. Pero las malas noticias fueron más lejos. No sólo el caldo de cana era dañino: el asaí también me podía matar. El asaí es el fruto de la misma palmera de donde se extrae el palmito. Cuentan que el nordeste se encuentra lleno de palmas de asaí, y de cómo los campesinos desprenden su pulpa de un milímetro de espesor con un artefacto mecánico parecido al que se usa para el jugo de caña. De esta pequeña baya negra se elabora el helado más brasileño que pueda existir: asaí, fresas rebanadas, granola y miel; que se ha vuelto mi argumento preferido para darme baños de pureza y decir que sí me importa mi nutrición.

El médico carioca Carlos Chagas descubrió hace poco más de un siglo una extraña enfermedad tropical que casi invariablemente presentaba miocardiopatía, esto es, el crecimiento anormal del miocardio. El corazón crece y crece hasta que revienta. El mal de Chagas es fulminante y en las últimas décadas se ha venido relacionando al consumo de jugo de caña y asaí. Las ruedas que trituran la caña y las bayas no consiguen destruir al parásito. Mientras más comemos, más adoramos, nuestro corazón crece en todo sentido. Comernos al Brasil antropófago, ese que se devora a sí mismo y como crisálida renace con más vigor, es cobijar a un parásito que no se nutre de nuestro amor, sino es alimento inagotable de éste. El parásito no se alimenta de nosotros: nosotros nos alimentamos de él. En un instante kafkiano nos convertimos en el agente invasor que drena esta tierra de su espíritu dulce. Pero hay una vuelta, un giro inesperado, pues si el mal de Chagas no estalla nuestro corazón, lentamente succiona la alegría y nos mata de nostalgia, de saudades, a nuestra partida. No existe ningún remedio satisfactorio para quien la padece, pues generalmente sólo traen más dolor; pero tampoco existe medicina para quien no enfermó, sólo bellos recuerdos de lo que dejó.

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