martes, 11 de mayo de 2010

Crónicas de Isla Grande I: Jurassic Park

¿Qué tan grande podría ser la isla si cruzarla tarda cuatro días?

Desde el Catamarán que salió de Angra dos Reis, se pueden ver los enormes deslaves de tierra que mataron más de cincuenta personas el fin de año pasado, literalmente aplastadas como cucarachas, sepultadas bajo algún pasón de la Pachamama. La isla y todo lo que pasa en ella tiene tamaño XXXL. Cuando la logro avistar, crestas y penínsulas, con verde y más verde desparramado se asoman por todos lados. La tierra y la vegetación crecen en todas direcciones, onduladamente. Sí, la isla también es groovy. Por dentro se alza una cadena montañosa volcánica que separa y aisla sus diferentes extremos, y para conocerla hay que ser lanchero o treparle.

Mi vanidad me sugirió treparle.

Las raíces de los árboles parecen hidras rabiosas multiplicándose sin fin, con cada brazo peleando por su pedazo de tierra. Los troncos se levantan por más de veinte metros sobre mi cabeza, luchando arriba por un pedazo de luz. El comportamiento de la vegetación tropical a veces se parece al de un tumor, creciendo sin control alguno y devorándose a sí mismo. La vegetación se incrusta fijamente alrededor de toda la montaña, y frustra sistemáticamente cualquier intento de camino. En medio de la trilha, del sendero, aparecen piedras perfectamente redondas, pidiendo a gritos ser transformadas en cabezas olmecas. Junto, frutas del tamaño de la mía caen cerca listas para descalabrarme, antes de que se quiebren contra el suelo, donde dejan un batidillo de una pasta amarilla viscosa. El volumen gulliveresco de las cosas inevitablemente me hace sentir como el playmobil de un bicho gigante, a punto de ser despedazado.

La Isla Grande es muy bella, pero también es el vengador anónimo de la Tierra, la mano justiciera que nos está apuntando cada una. Los nativos la llaman "fiscal de la naturaleza".

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