viernes, 21 de mayo de 2010

Crónicas de Isla Grande II: Lost

He comenzado a enterarme de cosas espeluznantes, la mata calla los misterios del pasado, que uno con su espíritu de Mulder tercermundista va descubriendo poco a poco. Hace mucho tiempo que alguien más había pensado en la gandallez implacable de la naturaleza en la isla, que decidió convertirla en una prisión de estado. Algo así como Alcatraz con guaraná. En el camino que lleva a la playa de Dois Rios están las ruinas del viejo presidio, o lo que la salvaje gula de la Pachamama ha dejado de ellas. Celdas oxidadas y con moho guardan las palabras y dibujos por los presos. Sin embargo, no parece que hubo mucha seguridad. Aparentemente nadie estaba preocupado por que los presos se escaparan, pues era inevitable que de hacerlo, no tendrían la más puta idea de a dónde ir. Sueltos en un medio inhóspito y desconocido, y lleno de horripilantes bichos ponzoñosos, sería simple cuestión de tiempo para que arrepentidos volvieran pidiendo que los dejaran entrar de nuevo a su vieja celda. Eso de no ser que llegaran a Provetá …

Atravesando la selva y las montañas, del otro lado de la Isla, se encuentran los others, una comunidad de evangélicos de alguna de las tantas sectas oligofrénicas que hay aquí. Los evangélicos llevan en Provetá ya varias décadas y no quieren saber nada de nosotros, los forasteros, los que toman Coca Cola y fuman Marlboro. No ven con buenos ojos que pasemos el día entero bebiendo la cerveza que Dios y Kaká les han aconsejado prohibir, y ni en broma permitirían que sus mujeres cruzaran palabra alguna con una bola de promiscuos. Es simplemente por eso que viven lo más lejos posibles de Sodoma y Gomorra. Con la tenacidad de un menonita han defendido su estilo de vida, no mucho de nosotros y la televisión, sino de los presos que de vez en cuando se escapaban y que ellos mismos ejecutaban, sin más juicio que el del mismísimo Jesucristo.

Ah pero la isla no es una versión tropical de Tom y Jerry, con dos grupos antagónicos, en permanente enfrentamiento. Hay alguien más allá del bien y el mal: Joao Boldo, una especie de Viernes futbolero. Nadie tiene idea de dónde vino o qué chingados hace, pero todos sabemos que él es el único que conoce todos los caminos de esta isla. Es su isla. Los evangélicos le pagan por ajusticiarse a los fugitivos, y da informes a la policía acerca del paradero de algún otro, a cambio de que éstos ignoren los pormenores de sus perversiones carnales con las turistas. En la playa, en la selva, a la mitad del camino, siempre permanece observando desde lejos, degustando con ojos libidinosos al próximo culo carioca que, por las buenas o por las malas, se cenará.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario